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Me he destrozado tantas veces
que ya no sé si ese es el límite
u otra cicatriz más,
no distingo yo de remiendos
y eso es lo que me da más miedo,
en mi empeño por rehacerme
convertirme en una muñeca de harapos
que acabará tirada en el suelo,
sucia,
como esos pedazos de tela que se pierden
entre la tierra
y que nadie quiere recoger,
y se van volviendo barro
poco a poco
hasta desaparecer.


La brevedad viste de recuerdos
y el ahora se destiñe
en la bilis de un ayer
demasiado lejano
para no estar próximo.

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