No recuerdes, ni olvides.

No olvides perder el control
y abandonarte a tantas almas vacías
en busca de un calor lejano
que encuentran en el alcohol
y pierden, junto al sujetador,
la mañana siguiente
al despertarse, de nuevo,
en la cama equivocada.

No olvides venir a jugar con nosotros
e imaginarte por una noche
que yo soy ella, y tú eres él,
y no pasa nada si susurras su nombre
contra mi nuca
porque yo estaré adjudicando
el tacto a otra boca
que sabe muy distinto,
pero ya no se puede saborear.

No olvides abrazarme con ímpetu
mientras saltamos en la pista,
como si mi calor fuera suficiente
para apagar todo tu hielo
sin necesidad de una copa más,
que al final acabamos pidiendo
y compartiendo al devolverla,
junto a la dignidad,
en una esquina de madrugada.

No olvides que yo estuve siempre ahí,
exactamente igual que tú,
compartiendo tantos vacíos
con esperanza de llenarlos
y sin lograrlo nunca,
porque nunca pudimos olvidar
sin necesidad de que nos lo recordaran,
que al final tú sólo eras tú,
y yo sólo era yo,
y éramos demasiado nosotros
como para encontrar lo que buscábamos.

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