Escrito con cuidado.

Había un hueco en la palma de mi mano
del mismo tamaño que el de tu pecho,
ambos similares a la desolación que nos rodeaba
cada vez que nos pillábamos mirándonos
y recordando cuando ahí hubo algo
que un tiempo creímos que sería suficiente.

Yo creí ser suficiente.
Pero, tras mirarte de nuevo
y encontrar sólo vacío en tus ojos,
regreso a caso con las manos sudorosas
pero frías,
y es un frío comparable sólo al de tus palabras
que me envuelve en rigidez y sábanas.

Otra noche más, la almohada
y tu foto
son testigos de cómo me recompongo,
aferrando tantos dispares trocitos
de cristal
con una soga débil y de lazo,
sólo por la esperanza
de que mañana te vuelva a mirar
y estés mirándome
pero sin vacío,
ni en los ojos,
ni en el pecho,
ni en mi mano,
y, sobre todo,
ni en mí sin ti.

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