Sobre cenizas y leones.

Advertir el peligro en ti mismo
es una sensación que te corroe tan rápido que cuando
te das cuenta, apenas quedan pilares;
sabes que hay algunos pero sólo tu aliento podría derrumbarlos
y entonces decides alejarte,
cuando te llegan las cenizas del hogar ardiendo
las aprovechas para escribir un mensaje de socorro
y lo pegas al suelo:
te pegas al suelo.
Cesan las tormentas a tu alrededor y te tragan
las losas
sabes que hay algo, ¡hay algo!
¿Acaso no lo ves? Te arrastras y toses porque
hay palabras que se atascan en tu tráquea y
logran cortar el cartílago.
Quizás es por eso por lo que pierdes el aliento.
Hay algo, hay algo, algo no está bien.
Cuando el último pilar cae ante tu locura
incesante, tus exageradas excusas para todo,
¡todos tuvimos nervios! ¿cómo te va a dar miedo
el exterior? eso solo es vagancia, ¡espabila!
sólo eres una gorda intentando adelgazar;
cuando el techo te cae encima y decides que es hora
de dejarte devorar
las tejas se hunden en tus pestañas y ya se acabó
intentar flotar.
Ahogada en tus propios miedos, cansada de gritar,
te tumbaste a dormir, llorando y en calma
pensando que el león se podría enterrar.
Pero lo vomitas en una bolsa transparente
y una mano te arranca de las ruínas
de la ciudad que quisiste ahogar,
por fin lo han descubierto...
el león, ahí está.

Tengo constancia de que si alguien nunca me abandonará,
por desgracia, es él.
Pero ya no tengo que gritar cuando sus garras
intentan hacerse hueco a través de mi eco,
está fuera,
después de tanto tiempo.

Realmente no sé qué voy a hacer con él,
a veces desaparece unas horas y me permite
volar de nuevo;
la mayoría del tiempo, ambos nos mantenemos
a flote sobre el suelo;
en ocasiones arañamos el cielo de esas manos
que nos acariciaron juntos sin miedo
- y que ya no están, porque nunca las mías fueron.

Sólo sé que aquí estamos. Aquí seguiremos.
Quizás algún día a salvo.


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